Las enfermedades agudas en forma de grandes epidemias (tifus, peste…) han dejado paso en nuestra sociedad a otro tipo de enfermedades de evolución más progresiva y en las que nuestro estilo de vida tiene mucho más que decir en cuanto a su origen, evolución y tratamiento. Los trastornos cardiovasculares son claro ejemplo de este tipo de enfermedades, en las que, en la mayoría de los casos, nuestras pautas de conducta pueden tanto ayudarnos a prevenirla como a intensificar su severidad y/o a dificultar su recuperación. Los trastornos cardiovasculares son la primera causa de muerte en el mundo desarrollado y hay un importante cúmulo de investigación que pone de manifiesto el papel de diversos factores de riesgo que facilitan su aparición y desarrollo. Clásicamente se consideran como principales determinantes de las enfermedades cardiovasculares, y de forma casi exclusiva, los factores genéticos (historia familiar, edad, genero…) y otros de índole biológica (alto nivel de colesterol LDL, hipertensión…).
Sin embargo, en las últimas décadas, cada vez más investigaciones están añadiendo otros aspectos entre los factores de riesgo cardiovasculares.
Este nuevo grupo de factores tendría que ver con el estilo de vida (pautas de conducta o hábitos como tabaquismo, falta de ejercicio, malos hábitos alimenticios…), las características emocionales (tendencia de la ansiedad, ira, estrés…), la calidad de las relaciones sociales (falta de apoyo social, relaciones interpersonales conflictivas…) y factores de personalidad. Estos factores de carácter psicosocial pueden tener una influencia tanto directa sobre la patología cardiovascular ( estrés, la ansiedad y la crisis de ira pueden favorecer la aparición de un infarto), como indirecta, al afectar a otros factores de riesgo (una dieta rica en grasas saturadas combinado con un estilo de vida sedentario y tabaco, aumentan los niveles de colesterol y presión arterial potenciando así dos de los factores de riesgo médicos más dañinos para nuestro sistema cardiovascular). Este nuevo grupo de factores se dividen en:
Factores conductuales, relacionados con nuestro comportamiento a lo largo del día y que puedan resultar favorables o no para nuestra salud cardiovascular.
- El café. Aunque en la actualidad los datos nos son concluyentes en cuanto a considerarlo claro factor de riesgo, si puede precipitar problemas cardiovasculares en pacientes con patología coronaria previa.
Factores psicosociales (relacionados con nuestras emociones diarias y relaciones sociales). En este sentido, investigaciones actuales señalan que las reacciones emocionales como el estrés, predicen en igual o mayor medida que la hipertensión arterial la posibilidad de padecer episodios isquémicos como el infarto. Los principales factores psicosociales considerados de riesgo son:
- La ira es actualmente entendida como un estado emocional de sentimientos de enfado.
- La hostilidad (actitud persistente de valoración negativa de y hacia los demás motivando comportamientos agresivos) es uno de los factores que predicen en mayor medida la obstrucción arterial coronaria, además de asociarse con otras patologías y hábitos de vida que perjudican seriamente nuestro corazón (fumar, consumo de alcohol, etc.)
- Los niveles elevados de ansiedad y/o estrés. Cuando reaccionamos con ansiedad o estrés nuestro organismo libera una serie de sustancias (adrenalina y noradrenalina) que actúan sobre el corazón aumentando el consumo de oxígeno y la actividad cardiaca, lo que puede ser una amenaza para pacientes con enfermedades isquémicas coronarias (puede intensificar o descompensar dicha isquemia). Asِí, diversos estudios demostraron como aquellas personas que padecieron un infarto, tenían puntuaciones dos o tres veces mayores en diversas escalas que valoraban su nivel de estrés, aplicadas a los seis meses previos del infarto. Al mismo tiempo, los niveles elevados de ansiedad y/o estrés se asocian a una fluctuación o elevación en los niveles de la presión arterial (los hipertensos presentan mayores puntuaciones en las escalas de ansiedad que la población no hipertensa). Por último, resientes hallazgos muestran que un alto nivel de ansiedad puede incrementar el nivel de colesterol LDL.
- El apoyo social amortigua las consecuencias negativas de la ira y la hostilidad sobre nuestro corazón mediante la reducción de determinados comportamientos antagonistas oposicionistas ante el medio. El apoyo social positivo reduce la posibilidad de muerte por problemas cardiovasculares animando al paciente a seguir las prescripciones médicas y facilitando un estilo de vida saludable. Los datos, señalan cómo, una vez sufrido un infarto, los pacientes que viven solos tienen mayor probabilidad de re-infarto que los que viven en compañía.
Los factores conductuales y psicosociales les ejercen gran influencia en el origen, mantenimiento y recuperación posterior de los trastornos cardiovasculares. Es por ello por lo que, cada vez más, se llevan a cabo tratamientos psicológicos en combinación con el tratamiento medico a la hora de prevenir, evitar un empeoramiento y/o facilitar la rehabilitación de este grupo de trastornos.
El marco cognitivo – conductual es el tipo de intervención psicológica que se ha mostrado más eficaz. Este enfoque se basa en programas de tratamiento en los que entrena en diversas técnicas el paciente cara a fomentar y mantener unos hábitos de vida más saludables (dieta, ejercicio…) así como en técnicas dirigidas a controlar y reducir emociones negativas como ira o ansiedad (relajación, etc.). El abordaje terapéutico será distinto en función del problema cardiovascular a tratar.
Los programas de intervención psicológica se aplican, también, en la rehabilitación tras el infarto. La presencia de los factores conductuales y/o emocionales tanto entre los antecedentes como entre los consecuentes del infarto justifican los esfuerzos dirigidos al desarrollo y aplicación de estos programas.
Es frecuente encontrar a pacientes post infartados cuyo problema fue originado por una fuente de estrés importante (actividad laboral excesiva, discusiones frecuentes o muy intensas, etc.) y, por otra parte, el infarto supone para muchos pacientes un cambio importante en la actividad social, laboral o sexual que, en muchos casos, genera emociones negativas (ansiedad, depresión…) que pueden aumentar la probabilidad de repetición de episodio. La valoración que realiza al paciente de lo que ha pasado y su forma de afrontar la enfermedad influirán de forma importante en el grado de discapacidad funcional así como en la aparición de emociones negativas. La combinación de programas de intervención psicológica cognitivo-conductuales con el tratamiento médico logra unos resultados más exitosos, tanto en lo que respecta a la reducción de las cifras de la presión arterial como en el proceso de rehabilitación post-infarto manteniendo sus resultados positivos en el tiempo.
El dicho más vale prevenir que curar es especialmente cierto en el caso de los trastornos cardiovasculares, en los que, si bien los aspectos genéticos y biológicos desempeñan un papel importante, nuestro estilo de vida puede ser decisivo. Nada mejor para nuestra salud cardiovascular que una alimentación equilibrada, la práctica de ejercicio regular, unas buenas relaciones sociales y ser emocionalmente positivos. Y es que, como decía Aristóteles, el carácter de las personas influye, pero son sus conductas las que las hacen felices o… lo contrario.
Tratemos, por tanto, de hacer feliz a nuestro corazón